Por: Juan Barreto
Sólo una política de acumulación de fuerza que restituya la potencia del poder constituyente permanente del pueblo, es garantía de la hegemonía necesaria para profundizar el proceso revolucionario y hacerlo irreversible.
En sociedades complejas, desiguales y marcadas por una profunda e irreductible diversidad cultural y territorial, como es el caso de Venezuela, el gran reto es construir una portentosa red de organizaciones sociales, partidos y movimientos de la multitud-pueblo, que cree un espacio común de objetivos y principios ético-políticos. Esto es, debemos ser capaces de constituir, partiendo de la interpretación de lo social más arriba esbozada, un movimiento de movimientos, que sólo será posible si generamos dinámicas de interacción en red entre todos los actores sociales, y si creamos novedosas maneras de reunirnos, discutir, dialogar y, sobre todo, tomar decisiones.
Esta es la forma en que nosotros, el Pueblo, debemos ejercer el poder en el socialismo desde nuestra manera de construir lo social. Quisiera agregar que pueblo no es una magnitud estadística, que define a una población que ocupa un territorio; o un grupo humano que logra el consenso para fundar un estado burgués y que, en función de su representatividad política pública, decide a un gobierno. Tampoco es una entidad cerrada, idéntica a sí misma, culturalmente hablando, en oposición a otra igual; en el sentido nacionalista; ni mucho menos una entidad homogénea y reconducible a la unidad.
Para nosotros, “pueblo” es pluralidad heterogénea, es multitud en movimiento, es el conjunto de las capas y clases opuestas y enfrentadas al capital y sus lógicas. Es un espacio humano que va más allá de la representación burguesa. Es el movimiento de la multitud que se hace visible como proyecto hegemónico. Suerte de cuerpo social que deviene bloque histórico. Repensar lo que entendemos por “pueblo”, nos invita también a encontrarnos con su movimiento en lo social y sus estados de lucha. Se trata de una nueva forma de existencia política que desde sus memorias realiza su potencia, haciéndose cargo de las transformaciones al interior de la lucha de clases y dándole un curso.
Por eso cada pueblo es, simultáneamente, distinto e idéntico a otro pueblo, en sus enganches y paralelajes. Cada nueva diferencia puede ser transformada en identidad, asumida como consenso universal que supera la precariedad y genera identidad, “existe la posibilidad de que una diferencia, sin dejar de ser particular, asuma la representación de la totalidad inconmensurable. De manera que su cuerpo está dividido entre la particularidad que ella aún es y la significación más universal de la que es portadora. Esta operación por la que una particularidad asume una significación universal inconmensurable consigo misma es lo que denominamos hegemonía”. Nos dice Ernesto Laclau.
Detengámonos un poco. Ernesto Laclau subraya la capacidad que debe tener el pueblo para constituir una potencia política que organice y estructure una hegemonía, que a su vez motorice los grandes cambios sociales. Pues bien, Venezuela es un buen ejemplo de la doble direccionalidad necesaria para que un movimiento aparezca como línea de visibilidad: este pueblo combina la dimensión vertical, que es su influencia sobre el actual Estado y su derivada, y una dimensión horizontal, que es el desarrollo de la base comunal de la nueva construcción social. Las posibilidades de consecución de objetivos que potencian la acción política emancipadora del pueblo están en su permanente organización en movimientos.
@juanbarretoc